Decían las
añejas crónicas susurradas al calor de una hoguera, que las hadas y los demás
seres elementales que vivían ocultos en el interior de los bosques y praderas desaparecían
de este tosco mundo el día que dejáramos de creer en ellos… El día que nadie
los recordara… Y es que su existencia no dependía de los factores comunes que
todos imaginamos asociados a la supervivencia, su halito vital dependía de una
cosa muy curiosa... tan inesperada como mágica y etérea… que las buenas gentes
creyesen en esta comunidad secreta, y pensaran que era posible encontrarlos en
mitad de un camino, o medio escondidos entre la vegetación bailando al son de
alegres canciones…
Los OVNIs y
sus tripulantes, están constituidos del mismo misterioso núcleo energético que originaba
de algún modo las creencias en hadas y duendes… de un principio activo que les
permitía hacerse visibles en nuestra realidad desde ese otro “universo onírico”
en el que habitan… Los platillos volantes proceden del mismo universo sutil y quimérico donde florecieron los principales mitos de la humanidad y que se entrecruza con nuestro particular inconsciente atávico para hacerse realidad…
Un espacio cuántico donde lo real y lo imaginario se estrechan la mano… Un lugar que a veces parece tan distante pero que en otras ocasiones parece que se hace tangible durante unos fugaces instantes… cuando lo inefable toma cuerpo y se hace físico y corpóreo…
Una realidad que nos conecta con nuestra propia existencia y nos muestra otra porción de nosotros mismos y del mundo “invisible” que nos rodea…
JOSE ANTONIO CARAV@CA
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